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17.10.12

Carta al Director y gritos a nuestra gente

Aún tengo la suerte de poder pasear por las calles de mi pueblo, mi Puerto, tras mi regreso, después de casi 30 años fuera. De recordar los años de juegos entre estas mismas calles, las caras de entonces, los personajes de aquellos días y el regreso a casa, a "la Placilla", pasando por "El Vela", "El cafetín", saludando "al Severo", comprando el pan en "Los Pepes" o las viandas en "Nicanor", frente a "mi casa". Recordando "mis paseos" de camino al colegio y "perderme" para sentarme unos segundos ante las rejas en "Las 7 Esquinas", para, cerrando los ojos, respirar despacio el aroma que emanaba de aquellos palacios del vino. Soñar, por cada de una de las calles de entonces, en lo que haría "cuando fuera mayor", la casa que me gustaba, imaginando vivirla con mis padres, ya  ancianos, viendo el brillo de sus canas, descansando sentados en el patio, entre geranios, azulejos azulones y "nuestro sol de primavera" bañando de esquina a esquina, despacio, aquella escena.

Recuerdo, mientras miro caras en busca de aquellas otras, a "Maruja Limón", a Isabel y Joaquín, a Adela y Paco Ceballos, a Ignacio y su guitarra, a Manolo, abriendo puntual su refino. A cada uno de aquellos compañeros de juegos y nuestras "guerrillas" contra los niños de Santa María. La de carreras que nos corrimos de una esquina a la otra de aquella Placilla, entre los reproches y gritos de los vecinos de entonces. Rebuscando recuerdos entre todos con quienes me cruzo por estas otras calles, a pesar de ser las mismas, ahora sumidas en una ruina que, seguro, nadie entonces llegó a imaginar, ni en los peores tiempos.

De todo aquello, de todas aquellas venas vivas que recorrían "Mi Puerto", siempre encaladas, siempre cuidadas por los mismos vecinos que la vivían como propias, como parte de su propio hogar. Cuidando de sus patios como rutina, por costumbre, como cosa suya y no por concurso alguno, no quedan mas que esos testigos mudos, ruinas ahora, sin otra vida interior que el recuerdo de las vidas que un día albergaron. Y aún se me antojan, aguantando sus muros a duras penas, alzándose orgullosos, sabiéndose heridos de muerte y acaso, con la esperanza volver ser vividos a pesar de sus fachadas ajadas, sus portones raídos y encadenados, ya sin cal y casi sin cantos. Los que fueron Palacios, parte de nuestros Palacios, ya no son mas que una vergüenza para nuestro Puerto, y una maldición para los propietarios, deseosos de especular con sus piedras, con nuestra historia.  

Mientras otros pueblos cambian, crecen, incluso mejoran con el paso de los años, llegando a nuestros días mostrándose orgullosos, remozados y, recuperado todo cuanto el paso de los años les ha permitido recuperar, ahora se erigen íntegros, altivos y con la razón de sus pruebas palpables, visibles y "visitables", aún con la misma vida de siempre. El Puerto, nuestro Puerto, nuestro pueblo, perdida la sombra de lo que fue, no puede por menos que reconocer la realidad que demuestran nuestras calles, sangrando piedras en cada una de ellas, mostrando nuestra vergüenza con cada ruinas, y acaso por la desidia de nuestras gentes y la incompetencia de los gobernantes, y seguro, por la dejadez permitida y la avaricia de los propietarios.

En este presente, al fin y al cabo sin identidad y la poca memoria que la historia nos pueda recordar, no puedo mas que hacerme eco de cuanto esas piedras demuestran, intentando arañar las tripas, despertando consciencias y animar a nuestra gente a pasear por las calles para testificar cuanto digo,  para exigir, a los unos y a los otros, recuperar lo que de historia aún queda o dejarnos recuperarla. Dejar la queja y quejidos para animar soluciones y arrimar el hombro o el grito y, aún es posible, evitar el duelo de este pueblo, nuestro Puerto, que poco a poco se muere... que, como decía mi madre, Doña Pilar, entre todos lo estamos matando y el solito, está muriendo!

Que pena de Puerto, Madre, que pena!


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